El Mercado Mayorista: El edén al sur de Quito

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Entrevista a Carmen Figueroa, comerciante del mercado

El sol descubre tímido los primeros rayos del alba y a los lejos se vislumbra la Virgen de Legarda, guardiana silente del Panecillo y que le da, pardójicamente, la espalda al sur. La agujas del reloj de mano dan casi las seis de la mañana, sin embargo, en el Mercado Mayorista de Quito, ubicado en el sector de Solanda, al sur de la ciudad, el día comienza las tres de la mañana, hora del desembarco de la mercadería.

«Es que aquí en el mercado es mejor que vender en un local aparte, mientras en la tiendita me compran sólo un tomate, aquí vendo el quintal en 15 minutos». Marlene Coyahuaso conversa en tono alegre con su compañero de negocio Byron Godoy sobre el volumen de ventas en el abasto. «Local si yo no quisiera», acota, y gesticula con sus gruesas manos mientras pela una naranja.

El Mayorista es de grandes dimensiones y a esta hora de la mañana cientos de potenciales compradores pululan en cada uno de los puestos de venta. Pero los mentados sitios en realidad, no son las típicas tienditas para vender; se trata de camiones que, en un sola descarga conforman cerros de naranja sobre el piso de concreto y con sillas de plástico improvisan el puesto de ventas con un «venga mi caserita, ¿qué le ofrecemos?».

Mujeres indígenas vistiendo sus anacos de arco iris, se disponen a hacer la primera compra de la mañana, hombres y mujeres de gruesas facciones se disponen a ofrecer, este mercado sin duda es la meca del comercio del sur de la ciudad.

Además de ello, también le sirve de atajo para Marcela Guaño, alumna del séptimo año de básica de la escuela «Leonidas Proaño», que se encuentra aledaña al mismo. De tez morena, curtida por el sol, avanza a pasos rápidos para llegar al establecimiento educativo con sus zapatos de taco bajo y mallas de lana, hacen juego con una falda floreada de poliéster y se convierte en una más de las estudiantes presurosas por aprender.

Sacos de víveres en este mercado es lo que abunda. Ellos guardan el secreto de la eterna juventud de los comestibles: fideos, habichuelas y rábanos, aguardan pacientes por una casera que acuda en su compra. De repente un acento costeño grita «Esa cabeza de guineo está buena para hacer una quebrada, una coladita rica». Omar Bravo, oriundo de Manta, asegura que este mercado es famoso, porque había oído de el, pero nunca había venido. «Es un mercado fuera de los estereotipos tradicionales», asegura con una expresión de auténtico asombro al observar las infinitas hileras de cordeles sobre las que cuelgan plátanos secos, cual ropa recién lavada.

El Mercado Mayorista sirve también de hogar para muchas familias que viven del comercio. A modo de amplios galpones, pesadas mantas de lana se apilan sobre el piso de madera y éste sirve de cama para la familia Briones. Juan Briones es el jefe del hogar y tiene un camión que descarga todas las madrugadas las hortalizas de los páramos serranos. Su esposa Martha y su hija Celia le ayudan se encargan de atender a los clientes mientras desayunan cevichochos con café.

«¡Cómo le va Don Manuelito!, siga siga no más», dice en tono alegre Cecilia Yanchapaxi, propietaria de uno de los puestos de verduras. Con el morocho aun humeante en mano, cuenta que atiende a sus clientes en este mercado hace 6 años. «El mecado es mi vida, con esto le doy de comer a mis hijos, porque soy viuda. Aquí vengo a quitarme las penas y tristezas».

Además de puestos de venta de frutas y verduras, «Salón Blanquita» ofrece platos típicos de la costa: encebollados, seco de gallina y caldo de bolas de verde, son algunas de las especialidades que este lugar ofrece a sus clientes. Julia Mora es su propietaria y asegura que atiende desde las 5 de la mañana. Vive en Libertad de Chillogallo y cuenta que sólo atiende hasta el medio día, hora en el que el mercado cierra.

Las vendedoras ambulantes también tienen su espacio. Maria Quishpe vende bufandas, moños y maquillaje a las jovencitas. «Vendo como 10 dólares al día» dice con naturalidad. Así como María, Julia Sasig vende verde asado con queso sobre una pequeña carreta. Tiene 25 años y un hijo de seis meses, a quien lleva en su espalda atado con una sábana a modo de un improvisado porta bebé, al que sólo lo lleva a su pecho para dar de lactar al pequeño José.

«Venga, lleve», es la expresión alegre de Marco, quien desea mantener su apellido en secreto. Lleva botas plásticas blancas, que contrastan con el sanguinolento piso de baldosas níveas de la tercena «Las Pangueras». Marco es uno de los tres empleados de la misma y en ella se venden mondongos, patas de cerdo, menudo, pollos acefálicos, con sus respectivas vísceras aparte. «Deme 2 libritas de chancho pero sin cuero», pide una de las clientas y Marco la atiende con gusto. De un sablazo certero divide la carne es sus respectivas partes y entrega el pedido. Misión cumplida.

Así, Entre bocinas, silbidos, carne y hortalizas, discurre la mañana en el Mercado Mayorista, un lugar que, aunque la Virgen del Panecillo le de la espalda, es quizá, el lugar emblema del sur de la ciudad.

Acerca de periodistasenelmundo

Somos alumnas de la carrera de Periodismo de octavo semestre de la UDLA (Universidad de las Américas). Nuestro objetivo es ofrecer información a nivel local y nacional o a toda la comunidad de blogeros para que se informen del acontecer ecuatoriano.
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Una respuesta a El Mercado Mayorista: El edén al sur de Quito

  1. Rodrigo Barreto dijo:

    Me encanta ver sus iniciales trabajos dentro de este bello oficio. Felicitaciones y sigan mejorando cada día.

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